N Noticias

NO MATO POR CELOS, MATO POR MACHO 

Por: Camilo Artaza Varela*

El siguiente escrito tiene por intención realizar una aproximación descriptiva en torno a un conjunto de reportes de prensa sobre casos de feminicidios y tentativa de feminicidios ocurridos en Colombia durante el mes de noviembre del año 2017. En dichos artículos de prensa podemos encontrar ciertos marcos comunes en cuanto al formato noticioso. Presentan un estilo bastante escueto, llegando algunos a la extensión de un párrafo, siendo el cuerpo noticioso el tema del asesinato, la manera en que se perpetro el hecho y finalmente cuál fue el móvil o causa. Sobre los actores participantes se hace alusión principalmente a la edad de la mujer víctima y del hombre victimario, podemos encontrar como en ciertos reportajes se hace mención a algunos aspectos de la víctima como su condición de madre o sobre su comportamiento con frases como “era una mujer intachable”, o “era una buena mujer, apreciada por sus vecinos”. En el caso de los hombres victimarios no se hace ninguna referencia a ellos, salvo como sujetos trastornados o enfermos por lo que solo existen en dichos reportajes como asesinos. Esta tendencia a no referirse al hombre victimario lo oculta como parte importante del problema, reduciendo el fenómeno al suceso puntual, invisibilizando la complejidad social del mismo.

El interés se dirige a explorar y desentrañar el perfil del agresor en los reportajes noticiosos de feminicidios, para poder focalizar en cómo se retrata la figura del hombre que comete tal acto.  

Las expresiones de violencia en nuestras sociedades ya son asimiladas como algo normal de cada día, y de acuerdo con las vivencias sociales e históricas, éstas nos han acompañado a lo largo de los siglos presentándose como una condición estructural y estructurante de las dinámicas sociales y de las subjetividades individuales. Lo que requiere de nuestra atención es revisar cómo es que siendo de conocimiento público que la violencia es una realidad social, se mantiene como una práctica ejercida principalmente por el hombre. Kimmel (1997) experto en masculinidades ha descrito que las violencias ejercidas por los hombres se expresan como un núcleo tríadico: contra las mujeres, contra sí mismo y contra otros hombres, tal concepción de la triada nos revela esta suerte de posicionamiento inherente de la masculinidad a responder muchas veces desde la violencia, ya no solo contra la mujer, sino como un patrón que se extiende a otros aspectos de la vida.

En este marco de violencia extendida, los actos que se ejercen sobre y contra el cuerpo de las mujeres nos ubican ante un fenómeno social de alto impacto, y por ende se asume y requiere de un tratamiento diferencial. Es por ello que el asesinato de una mujer adquiere el nombre de feminicidio; esto último no es por una razón antojadiza, la feminista Marcela Lagarde plantea que el feminicidio es una categoría comprensiva necesaria para mostrar la posición de desigualdad, marginación, riesgo y por ende de subordinación en que se encuentran las mujeres. Por tal razón, implica aspectos de alta complejidad que van más allá de las descripciones presentadas en los artículos periodísticos, en los que se suele asociar la ocurrencia con crímenes pasionales, el efecto inmediato de celos patológicos o arranques de locura de una persona desequilibrada. De acuerdo con las especialistas en la materia, este es un concepto que refiere a la matriz patriarcal androcéntrica y sexista en que se encuentra inmerso, en el cual concurren en tiempo y espacio una serie de maltratos, humillaciones, insultos, etc. que son continuos y sistemáticos en el tiempo, realizados en la mayoría de los casos por personas conocidas o cercanas; en los reportajes los identifican como un “compañero sentimentales” que conduce a la mujer a una muerte cruel: un ejemplo de esto es que en la mayoría de los casos examinados, el asesinato de las mujeres ha sido mediante formas crueles o brutales, pasando desde asfixiar con sus propias manos, hasta heridas mortales con armas blancas (como puñaladas múltiples).

El hombre que asfixia, apuñala y asesina a una mujer lo hace por razones mucho más complejas y profundas que una discusión o la explosión producto de los celos y para entender estas acciones violentas (asesinas) es imperativo el hablar sobre el sistema patriarcal como condición de posibilidad, en el que están inmersas las prácticas de violencia de género, siendo el feminicidio su expresión letal. La violencia que es ejercida por algunos hombres posee un correlato importante con su identificación a la masculinidad hegemónica patriarcal, desde donde se instalan como valores a ser reproducidos por el hombre el deber constante y permanente de demostrar sus adscripción genérica, expresada en ser fuerte, ser el mejor, ser el jefe, ser el primero. Todos principios y valores de un modelo patriarcal que opera mediante un ordenamiento simbólico donde se asignan una serie de significados a las cosas, construyendo regímenes de verdad con el propósito de ordenar, clasificar y jerarquizar.

Por ello este tipo de violencia es un problema social que, según Kaufman tiene como origen un orden social patriarcal, tan extendido en toda la sociedad que “las estructuras patriarcales de autoridad, dominación y control se encuentran diseminadas en todas las actividades sociales, económicas, políticas, ideológicas, y en nuestras relaciones con el ambiente natural” (Kaufman M. 1989, p.29)

El feminicidio, considerado como el ejercicio más cruento de la violencia de las masculinidades hegemónicas, puede explicarse en parte a través de las formulaciones de Adela Cortina (1998) quien hace referencia a una violencia de tipo comunicativa, en dónde la intención es enviar un mensaje, que se aplica en forma de sanción. En vario de los casos identificados el victimario es un “compañero sentimental” o expareja que consuma la acción violenta, ejerciéndose como un acto sancionador para re-posicionar o restablecer el orden existente, (en donde el hombre posee el control) reaccionando ante la perspectiva de la pérdida de su estatus; ya sea una situación en que la mujer desee terminar su relación con él o simplemente esté en desacuerdo con alguna decisión. En todos los casos examinados aparece con redundancia que la razón del hombre de su acción violenta es lograr que se mantuviese el estado de tranquilidad (para él) y que su pareja por tanto, hiciera las cosas correctamente, a saber: como el hombre lo exige.

Vivimos bajo el tutelaje de la masculinidad hegemónica, que ha imperado durante un largo periodo de tiempo, podríamos hablar de siglos, manteniéndose intacto para el hombre en nuestros días el hecho de tener que ser un hombre poderoso y seguro (Kimmel, 1997; Bourdieu, 2000; Fuller, 1995). Luis Bonino considera que al “ejercer ese poder/autoridad, el varón cumple con lo que considera su ideal de sí, y eso le permite sentir validado su propio narcisismo (imagen de sí)” (Bonino, 2004:3). Postura a asumir en el mundo y en la vida cotidiana que no se presta a cuestionamiento alguno, por lo que actuar ejerciendo el poder se transforma en una exigencia, en un mandato a ser cumplido. En esta cultura patriarcal, se ha configurado que ser un hombre poderoso y seguro es ser un hombre completo; un hombre íntegro. Alcanzar la seguridad en este plano, implica actuar y comportarse de manera activa y en lo coloquial remite a la imagen de “tener los pantalones bien puestos”, estableciéndose un temor inmenso a la pasividad masculina, al punto que Seidler comenta que el hombre: “no puede mostrar ningún signo de vulnerabilidad, sino que tiene que vigilar sus masculinidades y preservar un cuerpo duro que se ha transformado en un instrumento de poder” (Seidler, 2006:159). 

Es en este sentido como las masculinidades se construyen en estrecha conexión con los fundamentos del poder, la autoridad, el dominio e incluso, sobre la justificación del uso de la violencia para hacerse respetar, “Un hombre no se deja humillar”, “no te quejes no seas marico”, estas y otras frases comunes crean corporalidades y disposiciones masculinas listas para la reacción y la violencia.

Con respecto al hecho concreto del acto delictivo cometido desde la violencia, surge un elemento sustantivo que es posible identificar en el accionar de cada uno de estos hombres: la violencia que ejercen los hombres no es posible explicarla y comprenderla desde un nivel individual, sino que se construye a partir del establecimiento de relaciones, estas pueden ser con su pareja, u otra mujer. De acuerdo con Teresa de Laurentis (1996) el género no hace referencia a un individuo, por lo que trasciende su función inicial descriptiva, para concebirse como parte de una relación social. El apelar a la explicación de la violencia desde lo individual, conduce a transitar por una senda tautológica y que inevitablemente se distancia de la comprensión y entendimiento de este fenómeno; en las recurrencias de estos hechos escabrosos que son los feminicidios se puede apreciar cómo se asumen las acciones violentas desde lo biológico, apelando a que siempre se ha respondido de tal manera (que resulta natural), que fue una reacción a la acumulación de situaciones y molestias, o en su defecto, se ubica toda la responsabilidad en el otro, quien por producto de sus acciones provocó la reacción violenta.

Para abordar el tema de las violencias es imprescindible dejar de concebirlas como algo circunstancial que responde a una supuesta predisposición biológica, natural o producto de un comportamiento irracional de los hombres, y comenzar a reconocerla como parte de rituales reiterados cuyas características históricas delimitan las formas de pensar, sentir y actuar de cada hombre, adhiriéndose a una estructura social (patriarcal) y una imagen de sí que configura una identidad masculina.

Bibliografía 

Bonino, L., (2004). Obstáculos y resistencias masculinas al comportamiento igualitario. Una mirada provisoria a lo intra e intersubjetivo. Publicado en Actes Séminare International Les Hommes en changements: les resistances masculines aux changements dans une perspective d´égalite. Pp 177-180. Univ. Toulouse le Mirail.

Bourdieu, P., (2000). La Dominación Masculina, Barcelona: Anagrama.

Cortina A. (1998), El poder comunicativo. Una propuesta intersexual frente a la violencia, en: El sexo de la violencia, comp.Fisas V. Barcelona: Icaria

DE LAURETIS, T. (1996) “La tecnología del género”. Mora. Revista del Área Interdisciplinar de Estudios de la Mujer, Buenos Aires, nº 2, p. 8.

Kaufman, M. (1989), Hombres: placer, poder y cambio. Cipaf. República Dominicana

Kimmel, M., (1997). Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina. In T. Valdés & J. Olavarría. (eds.). Masculinidad/es. Poder y Crisis. Santiago, Chile: Ediciones de las Mujeres No 24, Isis Internacional/FLACSO.

Fuller, N. (1995) ""En torno-a la polaridad marianismo - machismo"", en Luz Gabriela Arango, Magdalena León & Mara Viveros (comp.), Género e Identidad. Ensayos sobre lo femenino y lo masculino, Santafé de Bogotá, Tercer Mundo, Uniandes, UN Facultad de Ciencias Humanas

Seidler, V., (2006). Masculinidades culturas globales y vidas íntimas. España: Ediciones de Intervención Cultural, S.L.

* Camilo Eugenio Artaza Varela es Magister en Psicología Social en la Universidad Central de Venezuela, integrante del Colectivo Psicólogos por el Socialismo con experiencia de trabajo comunitario, investigación y docencia.